Dime cómo hablas y te diré quién eres… George Bernard Shaw en Pigmalión exploró cómo el lenguaje denota la posición social porque éste modela la identidad individual y grupal. Hablar bien nos hace libres: permite pensar con claridad, expresarnos con precisión y escuchar sin prejuicios. Esta gran obra es también muy crítica con el sistema educativo de la época.

Padres y docentes deberíamos reflexionar con urgencia y preguntarnos por qué, teniendo más medios que en ningún otro momento de la historia, el nivel de comprensión del lenguaje disminuye progresivamente. ¿Cómo es posible que nativos digitales no sepan utilizar una fotocopiadora? ¿O que sean incapaces de comprender instrucciones básicas en una aplicación? ¿Por qué se ha perdido la capacidad de leer con atención, de seguir una secuencia lógica, de interpretar un texto más allá del titular?

Actualmente, el uso de la lengua española se ha convertido en una auténtica paradoja. Con 500 millones de hablantes, presente en medios, redes, plataformas y entornos educativos, se emplea cada vez con menos rigor, sin criterios de corrección, precisión ni coherencia. Lo que antes era un error, se ha convertido en una variante y lo que antaño se corregía, hoy, se viraliza.

Frecuentemente se utilizan construcciones que rompen con el principio de economía del lenguaje y reflejan un profundo desconocimiento del lenguaje. Incapaces de proporcionar el máximo de información con el mínimo de palabras se magnifica la redundancia:

“¿Cómo cuánto tiempo tardas en hacer tus deberes?” en lugar de “¿Cuánto tardas?”

“¿Qué tan difícil fue tu examen de matemáticas?” en vez de “¿Fue difícil tu examen?”

“¿Cómo qué tan seguro es este método?” en vez de “¿Es seguro este método?”

“¿Qué tan lejos está tu casa?” en lugar de “¿A qué distancia está tu casa?”

Estas fórmulas, que se repiten por influencia de medios y redes sociales, no solo empobrecen el idioma: entorpecen la comunicación. Se pierde claridad, se diluye el mensaje y se normaliza una sintaxis que no responde a la lógica del español culto.

Lo más preocupante es que el error se perpetúa no solo en el habla cotidiana, sino también en el desarrollo de aplicaciones educativas y contenidos digitales que, en su versión castellana, están incorrectamente programadas. Es decir, estamos abandonando el patrimonio del español normativo para normalizar fórmulas lingüísticas que triunfan por su sonoridad o por su impacto viral.

El resultado es un empobrecimiento léxico, gramatical y expresivo. Se reduce el vocabulario activo, se simplifican las estructuras, se pierde la capacidad de matizar. Y con ello, se debilita el pensamiento.

Hablar bien no es un lujo. Es una forma de pensar bien, de hacerse respetar, de construir ciudadanía. Dominar el propio idioma es una responsabilidad compartida: de los docentes, que deben enseñar con rigor; de las familias, que deben corregir y acercar a la cultura; y de cada individuo, que debe elegir lecturas de calidad, libros y artículos bien escritos, que además de enriquecer el léxico, permiten dominar las estructuras lingüísticas. Escuchar programas culturales, entrevistas bien conducidas, conferencias y debates también contribuye a educar el oído y afinar el pensamiento.

Porque como bien nos enseñó Shaw, el lenguaje, además de describirnos, nos define. Y ahora que te lo he contado, tú decides…


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